30 de mayo de 2011

INVITADO: Carlos Orlando Pardo: Cuentos del Tolima. Antología crítica


Por: Carlos Orlando Pardo

Miro con entusiasmo los tiempos desde cuando en 1978, hace ya 33 años, me dediqué a publicar antologías de cuento y poesía no sólo para inventariar por vez primera sino para estudiar y difundir a los autores de estos géneros en nuestra tierra.



De aquellos días quedan vigentes Trece cuentistas colombianos, (1978), El Tolima cuenta, (1984), Cuentistas tolimenses, (1986), El Líbano cuenta, (1994) y Cuentistas tolimenses Siglo XX, (2002), independientemente que a la mayor parte les publiqué su libro en Pijao Editores, sin añadir los comentarios críticos que les realicé.

Por eso ahora, me agrada registrar la aparición de una antología crítica de cuentos del Tolima que ha publicado la editorial Alma Mater bajo la dirección de los profesores Libardo Vargas, Jorge Ladino Gaitán y Leonardo Monroy, dinámicos docentes e investigadores de la Universidad del Tolima, al tiempo que integrantes de un paradigmático grupo de estudios de literatura colombiana. El hermoso volumen, salvo César Pérez a quien le publiqué una novela y Elmer Hernández, trae relatos que incluí en el pasado, pero esta vez acompañados de agudas notas críticas y rubricando cómo las narraciones contenidas fueron ganadoras de concursos nacionales en diversos momentos.

Se rotula a la universidad y no siempre es equivocado hacerlo, de mantener aislada de la realidad que la circunda como si fuera provincial y aldeano detenerse en la región porque otros son sus altos intereses y la parroquia no merece la atención a los autodenominados ciudadanos del mundo.

De allí uno de los valores del libro que con criterio universal examina lo producido por los nuestros y relanza bajo nuevas miradas a escritores, buena parte de ellos, que son parte significativa dentro del inventario nacional de la narrativa. Meritorio entonces señalar el acierto de los antólogos que igualmente hacen lo propio con las novelas escritas por tolimenses, porque se requiere no abandonar la observación al producto de autores que han sido incluidos ya en antologías significativas del país y el exterior como La violencia diez veces contada de Germán Vargas, Pijao editores, El cuento colombiano contemporáneo I y II de Eduardo Pachón Padilla, Plaza y Janes, Obra en marcha I y II de Juan Gustavo Cobo Borda, Colcultura, Narrativa colombiana contemporánea de la Cámara de Comercio de Bogotá, La horrible noche de Peter Shultze Kraff, en alemán o Cuentistas hispanoamericanos en la Sorbona de Olver Gilberto de León, recientemente fallecido e inclusive la otra aparecida en francés bajo el título de A corazón abierto. Son muchas las razones para haber incursionado en esta tarea donde con emoción veo prolongada la mía y sólo resta que existan lectores con curiosidad para leer un libro valioso que exhibe sin egoísmos tanto la tarea crítica como a los cuentistas premiados de nuestra tierra.

Las 387 páginas son un viaje reconfortante del cual no saldrán decepcionados quienes se atrevan a reposar y a inquietarse con unas historias bien contadas.
Notas críticas y autores incluidas en el libro:
Uva Jaramillo Gaitán; Luz Stella; Eutiquio Leal; Germán Santamaría; Hernán Altuzarra del Campo; Policarpo Varón; Roberto Ruiz Rojas; Carlos Orlando Pardo; Jesús Alberto Sepúlveda; Jaime Alejandro Rodríguez; Óscar Humberto Godoy; Alexander Pietro; César Pérez; Libardo Vargas; Jorge Eliécer Pardo; Elmer Hernández.
De Carlos Orlando Pardo, premio nacional de Minificción.



EL JUEGO INTERTEXTUAL EN EL GALLERO[1]

Por Jorge Ladino Gaitán Bayona
(Aspirante a doctor en literatura de la Universidad Católica de Chile,

El minicuento, ese (des)generado como lo denomina Violeta Rojo en su Breve Manual para reconocer minicuentos (1997) y que todavía tiene en disputa a la crítica literaria[2], se permite el lujo de abrevar en diversas fuentes –literarias, cinematográficas, musicales, históricas y folclóricas- para tejer un pequeño universo ficcional en el que intervienen la extrema brevedad, la concisión estilística y una anécdota comprimida que en todo caso genera eclosión de sentidos. De ahí el carácter proteico de esta forma narrativa, su belleza y desafíos al lector, en tanto exige la relectura y la activación de una base enciclopédica para entender mejor sus juegos intertextuales y el trasfondo de la parodia, del humor y la ironía. El reto para quien emprende su escritura es que pocas palabras no se queden en la precariedad, la anécdota efectista o el humor vacuo, sino que alcancen “la máxima síntesis poética” (González, 2002, p. 11). Éste último aspecto es el que le da carácter certero a un buen minicuento; de ahí que Luisa Valenzuela, en una entrevista a Silvina Friera, lo compare con “un tiro en la sien que solamente aquellos con buena puntería pueden dar (…) No podés estar hiriendo piernas o rodillas como la mafia, tenés que matar de un solo golpe” (Friera, 2006, p. 12).
En Colombia hay una importante tradición de escritura a nivel de minicuento. Ya en Suenas timbres (1926) de Luis Vidales se encuentran, a parte de los poemas que ocupan la mayoría del libro, algunos minicuentos que todavía conservan vigencia. Otros creadores importantes al respecto son Jairo Aníbal Niño, Luis Fayad, Harold Kremer, Celso Román, Triunfo Arciniegas, Nana Rodríguez Romero, David Sánchez Juliao, Nicolás Suescún, entre otros. En el departamento del Tolima, varios de sus autores se han dado también a la tarea de componer minicuentos, entre los que cabe mencionar a Jorge Eliécer Pardo, José Ancízar Castaño, Dagoberto Páramo, Carlos Flaminio Rivera, Libardo Vargas Celemín y Carlos Orlando Pardo Rodríguez. Este último, un escritor, compositor musical, investigador y promotor cultural nacido en El Líbano en 1947, obtuvo en 1978 con El gallero[3] el primer puesto en el Concurso Nacional de Minicuento, organizado por Daniel Samper Pizano en el diario El Tiempo. El jurado estuvo conformado por Gabriel García Márquez, Nicolás Suescún, Enrique Santos Calderón y Álvaro Bejarano.
El carácter proteico o (des)generado del minicuento El gallero reside en la forma ingeniosa como su autor, en pocas líneas, construye una historia que se nutre, por un lado, de las múltiples simbologías de la palabra gallo –gallardía, coraje, lujuria, poder, esperanza y juventud- y, por el otro lado, del juego intertextual. Dicho juego -que permite que un texto sea un tejido de citas provenientes de diversos focos de la cultura, de acuerdo con Roland Barthes en El Susurro del lenguaje (1987) - se logra a partir de tres tipos de alusiones: 1) la alusión novelesca a Cien años de Soledad y a El coronel no tiene quien le escriba cuando se indica que el personaje “repetía de memoria los fragmentos del gallo capón y admiraba al gallo del coronel” (Pardo, 1997, p. 347); 2) la alusión fabulesca a La gallina de los huevos de oro, compuesta por Esopo y conocida también por la versión de Félix María Samaniego; 3) la alusión folclórica a historias y canciones populares sobre El gallo de la pasión, titulo de una de las composiciones musicales del chileno Nicanor Molinare (1896-1957), cuya letra y tonada se popularizaron en el resto de Latinoamérica.
La historia de un gallero exitoso con las mujeres, con su oficio y con el más insólito de los experimentos –“conseguirse el gallo de La Pasión y enrazarlo con la gallina de los huevos de oro” (Pardo, 1997, p. 347)- tiene el atractivo de fundir, en tan breve espacio textual, dos maneras de captar a su protagonista: 1) la mitad del minicuento son las declaraciones que varios personajes del pueblo dan a un periodista sobre el gallero, aquí el lector tiene el gusto de sentir varias voces opinando sobre un ser en cuestión sin que ninguna de ellas se imponga, como si el mismo pueblo se contará y el narrador fuera apenas una grabadora que registra; 2) la otra mitad es el relato del periodista indicando “lo realmente noticioso de su biografía” (Pardo, 1997, p. 347), donde, más que el rumor y las versiones de la muchedumbre, se puntualiza con frases cortas y certeras –como una suerte de biógrafo, justamente- las acciones memorables del gallero.
El minicuento de Carlos Orlando Pardo, con sus referentes folclóricos y literarios, suscita en el lector múltiples recuerdos e imágenes sobre uno de los gustos más recurrentes en Latinoamérica: la pelea de gallos, donde más allá del espectáculo de dos aves en disputa mortal, se pone en evidencia una pasión de vida en el gallero y una atmósfera extraña pero ritual donde múltiples personas entran en comunión para apostar, reírse y llorar en un ambiente donde se mezclan la música, la sensualidad, el licor, el baile, la vida y la muerte. Todas estas características convierten a una gallera en un espacio ampliamente seductor en términos carnavalescos por la liberación de pulsiones que allí se efectúan. Ese carácter carnavalesco es el que se detecta en el minicuento, por la anécdota y el mundo social que evoca, por su humor y celebración de lo profano y porque las implicaciones simbólicas de las peleas de gallos –más allá de las prohibiciones en algunos países o de las críticas de las sociedades defensoras de animales- vienen desde tiempos remotos.
No se puede olvidar que la pelea de gallos se originó en el Asia Menor casi dos milenios antes de la era cristina, siendo una práctica casi pedagógica para enardecer el coraje de los guerreros antes de iniciar el combate. Llegó luego a Europa, principalmente a Inglaterra, Francia y España, según refiere María Justina Sarabia Viejo en su libro Peleas de gallos en América: su historia, tradición y actualidad (2001). Grandes personalidades de la humanidad encontraban regocijo en la observación y promoción de estas prácticas, caso por ejemplo de Cleopatra y Marco Antonio en Alejandría, como lo aborda Oskar Von Wertheimer en su biografía Cleopatra (1941). Los gallos y los juegos de pelea llegaron a América en el segundo viaje de Colón y era, incluso, una de las distracciones más poderosas de los conquistadores en plena navegación. ¿Cómo escapar entonces al influjo y la seducción que a nivel estético entraña el universo de la pelea de gallos? ¿Cómo no recordar al leer El gallero de Carlos Orlando Pardo otras creaciones estéticas que han abordado el fenómeno, casos, por ejemplo, de El gallo de oro, la cinta de Roberto Gabaldón con argumento de Juan Rulfo y guión de Carlos Fuentes y García Márquez, Pelea de gallos, una bella pintura de Jean-Léon Gérôme o Gallos de pelea, la película dirigida por Robert M. Young, Rafael Moreno Alba, y Monte Hellman?

Referencias bibliográficas
Barthes, Roland (1987) El susurro del lenguaje: más allá de la palabra y la escritura. C. Fernández Medrano (trad.). Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica.
Friera, Silvina (2006). Esta forma es como un tiro en la sien, Entrevista a Luisa Valenzuela. En: Página 12, Buenos aires, 20 de Junio de 2006, p. 7C.
González, Henry (2002). Estudio preliminar. En: La minificción en Colombia, Henry González (ant.), Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional, p. 11-28.
Pardo Rodríguez, Carlos Orlando (1997). El gallero. En: Obra literaria (1972-1997). Santafé de Bogotá: Pijao Editores.
Rojo, Violeta (1997). Breve manual para reconocer minicuentos. México: Universidad Autónoma Metropolitana.
Sarabia Viejo, María Justina (2001). Pelas de gallos en América: su historia, tradición y actualidad. México: Grupo Noriega Editores.
Wertheimer, Oskar Von (1941). Cleopatra. M. Rodríguez Rubi (trad.). Barcelona: Editorial Juventud.
Libros de Carlos Orlando Pardo Rodríguez
Cuento: El día menos pensado y otros cuentos (2007); El último sueño (2004); El invisible país de los pigmeos (1996); La muchacha del violín (1986); Los lugares comunes (1982); y Las primeras palabras (1972), en coautoría con su hermano Jorge Eliécer Pardo Rodríguez.
Novela: Cartas sobre la mesa (1994) y Lolita Golondrinas (1985).
Ensayo: El proceso creativo (2004).
Vida y obra: Vida y obra de Eduardo Santa (1988), Vida y obra de Eutiquio Leal (1987) y Adalberto Carvajal, una vida, muchas luchas (1985).
Antología de su obra: Obra literaria 1972-1997 (1997), donde se incluyen los libros de cuentos Las primeras palabras, Los lugares comunes El invisible país de los pigmeos y La muchacha del violín, además de las novelas Cartas sobre la mesa, Lolita Golondrinas y La puerta abierta, esta última no había sido publicada.
Antología de otros autores: Poetas del Tolima siglo XX (2002); Cuentistas del Tolima siglo XX (2002); Poetas del Tolima (1985); Poetas tolimenses (1982); El Tolima cuenta (1982); Nuevos cuentistas colombianos (1978); 13 nuevos cuentistas colombianos (1978) y Antología poética del Tolima (1977).
Investigación: Hazañas Tolimenses (2004) en coautoría con Jackeline Pachón Orozco; Novelistas del Tolima, comentarios críticos (2002); Diccionario de autores tolimenses (2002); Músicos del Tolima siglo XX (2002), donde dirigió la investigación y escribió los perfiles en coautoría con Hugo Ruiz Rojas, Carlos Orlando Pardo Viña, Libardo Vargas Celemín, Camilo Pérez Salamanca, Jesús Alberto Sepúlveda y Ricardo Alfredo Torres; Pintores del Tolima siglo XX (1997), bajo dirección de Germán Santamaría y donde hace la escritura de perfiles en coautoría con Hugo Ruiz Rojas, Libardo Vargas Celemín y Carlos Orlando Pardo Viña; Protagonistas del Tolima siglo XX: las más importantes personalidades del Tolima desde 1900 hasta 1995 (1995), donde fue director de la investigación y en cuya escritura de perfiles intervinieron Hugo Ruíz, Ricardo Alfredo Torres, Carlos Pardo Jr, Libardo Vargas, entre otros; Ibagué, médicos de ayer (1995), donde fue el director de la investigación y la escritura de perfiles fue de Oscar Adolfo Viña Pardo; Palabra viva, diccionario de autores tolimenses (1991) y Los últimos días de Armero (1986).

Cuento
EL GALLERO
Por Carlos Orlando Pardo Rodríguez
Él era el gallo del pueblo. Así lo decían todos. Y el mejor gallero. Uno de esos hombres extraños, dijo un anciano al ser interrogado. El rey de los gallinazos, respondió una adolescente al periodista. Simplemente un jovencito tan poco maduro que aún se le notaban los gallos en la voz, dijo un gerente de banco de unos cincuenta años. Pero todas aquellas cosas nada tenían que ver con lo realmente noticioso de su biografía. Amaba los gallos de sus mujeres porque cada una, en ceremonia altamente ritual, le regaló uno bautizado. Repetía de memoria los fragmentos del gallo capón, admiraba al gallo del coronel y había logrado, tras muchos experimentos e investigaciones, conseguirse el gallo de La Pasión y enrazarlo con la gallina de los huevos de oro.


[1] Este comentario crítico figura en el libro Cuentos del Tolima, antología crítica, ganadores de concursos nacionales e internacionales. Jorge Ladino Gaitán Bayona, Leonardo Monroy Zuluaga, Libardo Vargas Celemín (antologistas). Bogotá: Sello Editorial Alma Mater, 2011 p. 190-198.
[2] En la discusión taxonómica y en el intento de atrapar teóricamente estas formas textuales tan lisas y rebeldes se escuchan denominaciones como ficciones súbitas, microcuentos, minificciones y hasta hiperbreves (éstos últimos, microrrelatos de máximo dos líneas como los estudia el profesor David Lagmanovich, quien se dio a la tarea titánica de crear un corpus de 111 composiciones para su artículo La extrema brevedad: microrrelatos de una y dos líneas). El mexicano Lauro Zabala opta por el término minificción, que puede abarcar cuentos cortos, cuentos muy cortos y cuentos ultracortos. Alba Omil, Dolores Koch y Guillermo Siles hablan de microrrelato como una categoría macro y transgenérica que presenta instantaneidad, concisión y memorabilidad y abarca una amplia gama de variedades discursivas literarias, en la cual se ubica el minicuento, al que entienden como un subgrupo del cuento en el que se evidencia más fácil la estructura narrativa y el hilo de la historia. La venezolana Violeta Roja prefiere la contundencia del término minicuento, al que considera un des-generado de naturaleza proteica que adopta diversas formas y en el que en ocasiones se detectan ciertos procedimientos comunes: la estrategia intertextual, la parodia, la ironía.
[3] El minicuento figura en el libro de cuentos de Carlos Orlando Pardo La muchacha del violín, cuya primera edición –del Centro Colombo Americano- es de septiembre de 1986, la segunda de Pijao Editores en octubre de 1986 y la tercera, también con Pijao Editores, de 1997. Se encuentra incluido en Obra Literaria (1972-1997), publicado por Pijao Editores en 1997. Justamente de este último libro es que se efectúan las citas correspondientes.

Sobre Jorge Eliécer Pardo, premio nacional sobre el tema de la desaparición forzada en Colombia.

LA DESAPARICIÓN FORZADA EN “SIN NOMBRES, SIN ROSTROS NI RASTROS”[1]

Por Jorge Ladino Gaitán Bayona
(Aspirante a Doctor en Literatura de la Universidad Católica de Chile,
Profesor de la Universidad del Tolima
jlgaitan@ut.edu.co)

Oscar Osorio expresa en su libro Violencia y marginalidad en la literatura hispanoamericana que “en Colombia, un país atravesado desde siempre por múltiples conflictos, el tema de la violencia en la literatura no parece ya una elección, sino una imposición vital” (2005: 7). Justamente, dentro de esa línea de narradores que, sin descuidar el trabajo con el lenguaje y las técnicas literarias, atienden al peso de la historia y a la necesidad de contar para no olvidar se encuentra Jorge Eliécer Pardo Rodríguez (El Líbano, 1950), un destacado escritor, conferencista, investigador y periodista cultural, graduado de la Universidad del Tolima en licenciatura de español e inglés, con estudios de doctorado en literatura en la Universidad Javeriana y con una especialización en administración pública de la ESAP. Una parte de su creación ficcional ha refigurado las distintas formas de violencia en la sociedad colombiana; vale destacar su novela El Jardín de las Weismann (1979) y sus cuentos “Otra vez el chasquido de las botas”con el que obtuviera en 1973 el Premio Único del Concurso Nacional Pablo Neruda, organizado por la Universidad Externado de Colombia— ySin nombres, ni rostros ni rastros”[2]. Con este último ganó en el 2008 el Premio Nacional de Cuento sobre Desaparición Forzada sin Rastro, organizado por la Pontificia Universidad Javeriana, la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas, la Defensoría del Pueblo, el Instituto Pensar y la Fundación Dos Mundos. Participaron en el concurso 427 cuentos y el jurado estuvo conformado por Juan Gustavo Cobo Borda, Giovanni Arias y Guillermo González.
La existencia de un Premio Nacional de Cuento sobre Desaparición Forzada cobra enorme sentido en un país donde esta práctica criminal es frecuente. ASFADDES (Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos) señala que “la historia de la desaparición forzada en Colombia y la lucha de los familiares de las víctimas por su erradicación, es la historia del país mismo. Cada una no se puede contar, ni comprender, sin el espejo de las otras” (ASFADDES, 2003: 25).
En Colombia, la desaparición forzada ha hecho parte de su Historia. Sin embargo, el primer caso formalmente denunciado fue el de Omaira Montoya Henao el 9 de septiembre de 1977 en Barranquilla, quien tenía tres meses de embarazo y era una bacterióloga militante de la izquierda. La implementación de esta práctica criminal se dio en el marco de la Doctrina de la Seguridad Nacional y se incrementó desde la década del ochenta, principalmente como modalidad represiva para eliminar a los contradictores políticos del Estado. “A finales de la década de los ochenta y principios de los noventa, la desaparición forzada pasó a ser no sólo selectiva, sino que se convirtió en una práctica masiva de terror, extendiéndose a todos los sectores sociales, líderes populares urbanos y rurales” (ASFADDES, 2003: 48). En los noventa y el nuevo siglo aumentarían los contadores de este delito atroz, en acciones que involucrarían también a grupos al margen de la ley tanto de izquierda como de derecha. ASFADDES calcula que al 2008 –año en el que ganó el concurso el cuento Jorge Eliécer Pardo- la cifra promediaba los 15.000 desaparecidos.
Vale aclarar que, a diferencia de la reglamentación internacional donde se considera que la desaparición forzada es un delito de Estado, en Colombia, tras la Constitución de 1991, la tipificación del delito en el 2000 y la sentencia C-317 de la Corte Constitucional en el 2002, se considera que para esta conducta punible puede judicializarse a cualquier persona que la cometa, independientemente de su pertenencia o no a algún bando en conflicto: “Según la Corte, la consagración constitucional colombiana es más garantista que los instrumentos internacionales, toda vez que un acto de desaparición puede ser cometido tanto por agentes del Estado como por particulares” (Comisión de Búsqueda de Personas Desaparecidas, 2010: 47). Esta consideración cobra relevancia al abordarse Sin nombres, sin rostros ni rastros, en tanto allí la narradora-protagonista insinúa que, en el delirio de la guerra, las innumerables mujeres que recogen muertos rio abajo en cada pueblo pudieron haber perdido a los suyos bien sea por culpa de paramilitares, del ejército o la guerrilla; de ahí la apertura de su reflexión al momento de indicar las armas o instrumentos de muerte: “uno nunca sabe cómo es ese momento de la tortura lenta y cómo enfrentaron las motosierras, las metralletas, los cilindros bomba” (Pardo, 2009: 28).
En el cuento de Jorge Eliécer Pardo, una mujer cuenta los dramas de madres, esposas e hijas que viven en un puerto en Colombia y que cada día se asoman al río para recoger a los descuartizados que por allí bajan. Nunca dan sepultura a una cabeza sola; siempre la remiendan a algún tronco para formar un cuerpo y así posibilitar el rito, más allá de que las lágrimas y los rezos generados sean hacia seres desconocidos que pertenecían a otros territorios. En medio del horror de la guerra, hay una solidaridad femenina en cada río y pueblo que les permite llorar como propios a cada hombre que forman con los despojos que arrastran las corrientes de las aguas. La narradora refiere un país donde las innumerables zonas rojas permanecen en un estado de mendicidad que no permite siquiera que los pocos jóvenes que no se unen a la guerra puedan huir para salvarse. No obstante la violencia permanente y la indignación de saber que el Estado tranza con la impunidad y con los derechos de las víctimas –“El perdón, el olvido y la reparación han sido para mí una ofensa. Nadie podrá pagar ni reparar la orfandad en que hemos quedado” (Pardo, 2009: 30)- las mujeres del puerto se afirman en la existencia por los sobrevivientes que les quedan y los muertos que, rescatados de las aguas del olvido, reciben una identidad y una memoria:
No importa que seamos un pueblo de mujeres, de fantasmas, o de cadáveres remendados, no importa que no haya futuro. Nos aferramos a la vida que crece en los niños que no han podido salir del puerto. A nuestras criaturas inocentes las hemos dejado dormidas para salir a pescar a los huérfanos de todo. Mañana nos preguntarán cómo nos fue y nosotras les diremos que hay una tumba nueva y un nuevo familiar a quien recordar (Pardo, 2009: 30-31).

Juan Gustavo Cobo Borda, uno de los jurados del premio obtenido por Jorge Eliécer Pardo encuentra en la historia “ribetes del drama griego” (Cobo Borda, 2009: 14). Señala que, al igual que otros relatos que también fueron finalistas, el texto ficcional entraría en conexión con dos figuras claves que conjuran el horror: Antígona y Orfeo. La primera, la hija de Edipo y Yocasta, desafía el miedo y el autoritarismo de Creonte, “lava el cuerpo de su hermano muerto, lo entierra y es condenada por el desacato a las leyes de la ciudad” (Cobo Borda, 2009: 11). Por otro lado, “es sabido que la cabeza de Orfeo, una vez descuartizado por las furias, fluye río abajo, salmodiando los versos inmortales donde, con su lira, nace la poesía” (p. 14). La analogía trazada por el poeta colombiano permite valorar no sólo el enorme valor moral y simbólico de las mujeres que trasgreden prohibiciones que atentan contra la dignidad y el derecho al rito funerario, sino también la forma cómo un texto ficcional, frente a un hecho atroz y sanguinario, puede ir más allá de la denuncia, para explorar tanto posibilidades poéticas –la redención de la belleza- como reivindicadoras de la existencia al focalizarse los actos amorosos y de resistencia que puedan realizar las sobrevivientes.
La historia de un pueblo, en su mayoría mujeres, que asume como rutina recoger muertos de los ríos ya tenía en la literatura colombiana un referente importante, la novela Los muertos no se cuentan así (1991) de Mary Daza Orozco, contada también por una narradora en primera persona. En esta creación narrativa, además de recrearse con vivacidad el clima de miedo, impunidad y persecución a sindicalistas y miembros de la izquierda en las zonas bananeras de Urabá a fines de la década del ochenta e inicios del noventa, se ahonda en la desolación y desequilibrio mental de quienes sufren la desaparición forzada de sus seres queridos. Una ficción dando cuenta de los terrenos pantanosos de la melancolía, en tanto “sin ver el cadáver nadie puede dar por muerto a un ser querido… no hay un punto final... el duelo queda en un suspenso taladrante… no hay muerte física ni legal… la vida queda en el aire… a la muerte no le sigue un llanto cierto sino un limbo” (Molano, 2008: 4). Lo novedoso del cuento de Jorge Eliécer Pardo es la forma cómo, en vez de narrar desde la melancolía, lo hace desde el duelo, como si ante una guerra que no es de uno sino de todos, cada muerto debiera vivirse como propio y con él desahogar la furia y el dolor contenido. Las mujeres de su cuento son tejedoras de cuerpos en memoria de sus hombres queridos, a su modo Penélopes paródicas, persistentes y luchadoras. De ahí que “Sin nombres, sin rostros ni rastros”, por más que desarrolle una visión crítica sobre el estado permanente de conflicto en la sociedad colombiana y la tragedia de los desaparecidos y sus familiares, no se queda en el lamento o la exacerbación de culpas y depresiones, sino que, al afirmar otros sentidos de la esperanza y la solidaridad, labra en sus intersticios textuales una oda a las mujeres colombianas que, en vez de la resignación, se asumen como actores sociales para promover nuevas formas de convivencia y de resistencia contra el olvido.

Referencias bibliográficas
ASFADDES, Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (2003). Colombia: Veinte años de Historia y lucha. Bogotá: Tercera Prensa.
CBPD, Comisión de Búsqueda de Personas Desaparecidas (2010). Instrumentos de lucha contra la desaparición forzada, informe. Bogotá: Comisión de Búsqueda de Personas Desaparecidas.
Cobo Borda, Juan Gustavo (2009). Antígona y Orfeo conjugan el horror. En: Cuentos para no olvidar el rastro. Bogotá: Fundación Dos Mundos, p. 11-14.
Molano Bravo, Alfredo (2008). Desaparición forzada. En: El Espectador, Bogotá, 26 de abril de 2008, p. 4.
Osorio, Óscar (2005). Violencia y marginalidad en la literatura hispanoamericana. Cali: Universidad del Valle.
Pardo, Jorge Eliécer (2009). Sin nombres, sin rostros ni rastros. En: Cuentos para no olvidar el rastro. Bogotá: Fundación Dos Mundos, p. 25-31.

Libros de Jorge Eliécer Pardo Rodríguez


Cuento:










Amores digitales (2004);










Las pequeñas batallas (1997);











Una vez el mar (1996);










La octava puerta (1985);










Las primeras palabras (1973), en coautoría con su hermano Carlos Orlando Pardo Rodríguez.

Novelas:










Seis hombres, una mujer (1992);










Irene (1986);




















El Jardín de las Weismann (1979).

Poesía:










Entre calles y aromas (1985).
Biografía:










Vida y obra de Héctor Sánchez (1987).

Ensayo:










El Siglo de Oro de la literatura española (1985).

Antología de su obra:










Transeúntes del siglo XX, antología de cuento (2007);










Obra literaria 1978-1986 (1994), incluye el libro de cuentos La octava puerta y las novelas El jardín de las Weismann e Irene.

Antología de otros autores:










Colombie à chœur ouvert (1991), antología de cuentistas colombianos publicada en París en colaboración con Olver Gilberto de León;










Antología del Siglo de Oro de la literatura española (1990).

Crónica y perfiles:










Protagonistas de la Orinoquia siglo XX (1998), libro en el cual fue el coordinador de la investigación y en el que interviene un equipo de redacción.


INFORMACIÓN DEL ANTOLOGISTA
Jorge Ladino Gaitán Bayona. Nació en 1977 en Sogamoso (Boyacá, Colombia). Residente en Ibagué desde 1989. Profesor de Literatura de la Facultad de Educación e integrante del Grupo de Investigación en Literatura del Tolima de la Universidad del Tolima, institución en la que obtuvo Grado de Honor como Licenciado en Lenguas Modernas y donde fue becado para efectuar sus estudios de Doctorado en Literatura en la Pontificia Universidad Católica de Chile (en proceso de culminación en la actualidad). Autor del libro de poemas Manicomio rock (2009), con el que fue primer finalista en el Concurso Nacional de Poesía María Mercedes Carranza en 2006. Es coautor de La novela del Tolima 1905-2005: bibliografía y reseñas (2008) y de Cuentos del Tolima, antología crítica (2011). Ha publicado artículos, crónicas, reseñas, poemas y cuentos en libros, revistas y prensa (El Nuevo Día, el periódico de los tolimenses). Es corresponsal para Colombia de Sieteculebras, Revista Andina de Cultura editada en Cusco, Perú.
Ha sido ponente en los siguientes eventos internacionales: viii Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana, JALLA(2008) en Santiago de Chile; Terceras Jornadas Brasileras (2008) en Santiago de Chile; Quinto Coloquio Internacional Literatura, Memoria e Imaginación de Latinoamérica y el Caribe en Cusco (Perú, 2009); IV Congreso Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana, JALLA (Brasil, 2010) en Niterói, Brasil.
A nivel de creación literaria ha sido ganador y finalista en premios regionales de poesía y cuento. Primer puesto en el Premio Nacional de Crónica Germán Santamaría en la categoría docentes y universitarios en el año 2005. Finalista del VI Concurso Universitario Nacional de Poesía de la Universidad Externado de Colombia en el 2000.
Correo electrónico: jlgaitan@ut.edu.co
Blog: www.quijoterock.blogspot.com

[1] Este comentario crítico figura en el libro Cuentos del Tolima, antología crítica, ganadores de concursos nacionales e internacionales. Jorge Ladino Gaitán Bayona, Leonardo Monroy Zuluaga, Libardo VargasCelemín (antologistas). Bogotá: Sello Editorial Alma Mater, 2011 p. 358- 368.
[2] El cuento aparece publicado en Cuentos para no olvidar el rastro (2009), libro en el que figuran los cuentos ganadores del primer y segundo puesto, así como18 finalistas más del Premio Nacional de Cuento sobre Desaparición Forzada sin Rastro. “Sin nombres, ni rostros ni rastros” también figura publicado en la revista Número (58, septiembre-octubre-noviembre de 2008) y la revista Aquelarre (No. 15 del 2008) de la Universidad del Tolima. En varios portales web se encuentra también disponible para la lectura y en el blog del propio Jorge Eliécer Pardo: http://jorgeepardoescritor.blogspot.com/2010/02/premio-nacional-de-cuento-sobre-el-tema.html
El cuento ha sido publicado en múltiples sitios de la Web y en libro correspondiente.
Puede leerse el cuento aquí.
El lanzamiento de la Antología crítica del cuentos del Tolima, en la Feria Internacional del Libro. Bogotá, 2011
























Puede oírse aquí el cuento de Jorge Eliécer Pardo leído por Claudia Pilar García

JORGE E PARDO dijo...

Nos escribe el escritor y crítico Luis Carlos Muñoz:
Querido Jorge: Muchas gracias por todos tus correos. Los felicito, a tí y a Carlos Orlando, por tan extensa y loable labor editorial de más de treinta años. Asunto nada fácil en un país en el que la verdadera literatura sigue siendo, a pesar de la apariencia que lo pretende negar, la cenicienta de la cultura. Y la cultura sigue siendo objeto de manipulación y manoseo, no la hija digna del refinamiento de los sentidos ni la madre del espíritu elevado ni del Hombre con mayúscula ni del Ser ecuánime y sobrio: en suma, del Ser Humano capaz de elevarse hasta la cima del conocimiento, sin mirar por encima del hombro al más pequeño de los mortales.

JORGE E PARDO dijo...

Jorge:

De Babelia:
En la bandera de nuestro blog aparecerá un destacado y un enlace a su libro.
Le deseo muchos éxitos en sus obras y proyectos.

Cordial saludo

JAIRO HERNÁN URIBE M.
Director Blog Babelia

Nuestra dirección: www.babeliantes.blogspot.com

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